La migración inversa: venezolanos que regresan y los desafíos de volver a empezar

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Durante más de una década, Venezuela ha sido uno de los principales emisores de migrantes del continente, con una diáspora que, según cifras de organismos internacionales, supera los siete millones de personas. Esta emigración masiva ha estado marcada por múltiples factores: crisis económica, inseguridad, escasez de productos básicos, colapso del sistema de salud, y una situación política estancada. Sin embargo, desde el año 2022 comenzó a notarse un fenómeno nuevo y poco explorado: el de la migración inversa. Se trata de venezolanos que, tras varios años en el extranjero —especialmente en países como Colombia, Perú, Chile, Ecuador o Argentina— han decidido regresar al país, motivados por razones personales, económicas o sentimentales.

Aunque todavía no existen estadísticas oficiales completas sobre este retorno, organismos como ACNUR y la OIM han advertido del crecimiento del flujo migratorio de retorno voluntario. También es notorio en redes sociales y en el testimonio de viajeros en aeropuertos como Maiquetía o La Chinita, donde cada vez más familias llegan con maletas grandes y un aire de esperanza mezclado con incertidumbre. El fenómeno ha sido alimentado también por campañas del Gobierno nacional, como el llamado “Plan Vuelta a la Patria”, que ha repatriado a más de 30.000 personas desde países vecinos a través de vuelos gratuitos. Pero más allá de estos retornos institucionales, hay una ola silenciosa de ciudadanos que regresan por cuenta propia.

Las motivaciones para volver son diversas. Algunos encontraron en el extranjero un entorno laboral adverso, con discriminación, bajos salarios o falta de documentos legales. Otros, simplemente, extrañaban a sus familias, su cultura o su hogar. La pandemia de COVID-19 también fue un punto de inflexión para muchos migrantes que perdieron empleos o enfrentaron situaciones de precariedad extrema. Adicionalmente, algunos perciben una relativa mejora económica o mayor estabilidad de servicios en ciertas zonas del país —como Caracas, Lechería o Mérida— en comparación con los años más críticos de escasez o apagones prolongados.

Sin embargo, volver no es sencillo. Para muchos, el regreso es emocionalmente ambivalente: implica reencontrarse con afectos, pero también enfrentar una realidad que sigue siendo difícil. Uno de los principales desafíos para los retornados es la reinserción laboral. Si bien algunos llegan con ahorros o con experiencia profesional que les permite iniciar pequeños emprendimientos, la mayoría choca con un mercado laboral informal, con salarios que en muchos casos no cubren el costo de vida. En otros casos, las credenciales obtenidas en el extranjero no son reconocidas oficialmente en Venezuela, lo cual limita las oportunidades en sectores como educación, salud o ingeniería.

La educación de los hijos también representa un obstáculo. Algunos niños nacieron fuera del país o estuvieron escolarizados en sistemas muy distintos. La reintegración al sistema educativo venezolano puede suponer retos pedagógicos, burocráticos o emocionales. Lo mismo ocurre con el acceso al sistema de salud, especialmente para quienes no tienen afiliación al IVSS ni recursos para clínicas privadas.

En las comunidades receptoras, el regreso de antiguos vecinos o familiares es a veces motivo de alegría, pero también de tensión. En algunos casos, se percibe a los retornados como “privilegiados” que llegan con dólares o una mentalidad diferente. En otros, hay solidaridad genuina. Algunas organizaciones civiles han comenzado a organizar redes de apoyo a los migrantes retornados, especialmente en zonas fronterizas como Táchira o Zulia. Estas redes brindan orientación legal, asistencia humanitaria y herramientas para la reinserción social.

Desde el punto de vista económico, el fenómeno de la migración inversa también tiene implicaciones. Por un lado, representa un retorno de talento humano que podría contribuir a la recuperación del país, especialmente si se promueven programas de empleo, formación o emprendimiento. Por otro lado, puede generar presiones en mercados locales —como el de la vivienda o los alimentos— si no hay políticas públicas que acompañen esta transición. Además, en el ámbito familiar, muchos de los que regresan lo hacen dejando atrás parejas o hijos, o enfrentando rupturas dolorosas tras años de distancia.

Un aspecto interesante es el cambio de mentalidad que trae esta migración inversa. Muchos de los que regresan lo hacen con una visión más pragmática, menos idealista. Saben que el país no ha cambiado radicalmente, pero deciden volver con el ánimo de construir, de aportar, de empezar de nuevo. Algunos han emprendido negocios de comida, servicios, tecnología o moda; otros han comenzado a participar en organizaciones sociales o a involucrarse en el activismo comunitario. Hay incluso quienes, desde su experiencia en el exterior, impulsan iniciativas de formación ciudadana o digitalización para empoderar a sus vecinos.

Este fenómeno también invita a revisar el discurso oficial sobre la migración. Por años, se promovió la idea de que quienes se iban eran traidores, desertores o desagradecidos. Hoy, el retorno de miles de ciudadanos demuestra que irse fue muchas veces una decisión dolorosa, y volver, una muestra de compromiso con el país. Se necesita, por tanto, una nueva narrativa que reconozca a la diáspora como parte integral de la nación, y que valore su potencial como agentes de cambio.

El Estado venezolano tiene ante sí el reto de acompañar este proceso de retorno, no solo desde una perspectiva logística (traslado, albergue o documentos), sino con políticas más amplias que faciliten la reinserción económica, social y cultural. Para ello, sería necesario desarrollar censos actualizados, ofrecer incentivos fiscales a los retornados emprendedores, facilitar la homologación de títulos, y promover campañas de convivencia y reconocimiento mutuo.

En definitiva, la migración inversa es un fenómeno incipiente pero significativo que merece atención. No es un éxodo al revés, ni un retorno masivo todavía, pero sí una señal de que muchos venezolanos siguen apostando por su país, aún en condiciones adversas. Escuchar sus historias, atender sus necesidades y facilitar su reintegración puede ser una de las claves para reconstruir un tejido social que, por años, ha estado fracturado por la distancia, la crisis y la nostalgia.

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