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El Parque Nacional Canaima, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO en 1994, se extiende por más de tres millones de hectáreas en el sureste de Venezuela, abarcando parte del estado Bolívar y haciendo frontera con Brasil y Guyana. Es uno de los territorios protegidos más grandes del planeta y hogar de una biodiversidad extraordinaria. Sin embargo, este paraíso natural también se enfrenta a numerosos desafíos: minería ilegal, incendios forestales, cambios en el uso de la tierra y alteraciones en los ecosistemas provocadas por el cambio climático. Frente a estas amenazas, nuevas tecnologías emergen como aliadas fundamentales para la conservación ambiental, y entre ellas destaca el uso de drones o vehículos aéreos no tripulados (UAV, por sus siglas en inglés).
Durante los últimos años, universidades venezolanas, organizaciones ambientalistas y comunidades indígenas se han interesado en incorporar los drones como herramienta clave para vigilar, documentar y proteger este territorio de vital importancia ecológica. La posibilidad de realizar sobrevuelos a bajo costo, de forma frecuente y sin poner en riesgo la vida de personas, ha abierto una ventana de innovación que promete transformar la gestión ambiental del parque.
Una de las ventajas más destacadas del uso de drones es su capacidad para acceder a zonas remotas o de difícil acceso, como los tepuyes (mesetas abruptas que caracterizan al paisaje guayanés) o las cuencas de ríos donde el transporte terrestre es limitado o inexistente. Equipados con cámaras multiespectrales, sensores térmicos, GPS y tecnología de mapeo 3D, estos dispositivos pueden realizar levantamientos topográficos, detectar puntos calientes de incendio, evaluar la salud de la vegetación y monitorear la actividad humana en tiempo real.
Un ejemplo concreto de esta aplicación se encuentra en el proyecto liderado por la Universidad Simón Bolívar en colaboración con ONGs internacionales como Wataniba y la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS). Con el apoyo de comunidades indígenas pemones, se ha establecido un protocolo de monitoreo que combina saberes tradicionales con datos tecnológicos. Los drones sobrevuelan áreas críticas para detectar nuevas entradas de maquinaria minera, capturan imágenes que luego se procesan en laboratorios universitarios, y permiten trazar estrategias de intervención o denuncia ante organismos competentes.
Además, los drones han demostrado ser una herramienta pedagógica poderosa. Al involucrar a jóvenes de las comunidades locales en su uso y mantenimiento, se fomenta una nueva generación de guardianes ambientales dotados de conocimientos tecnológicos y comprometidos con la defensa del territorio. En talleres realizados en Kavanayén y Santa Elena de Uairén, se ha capacitado a más de 60 jóvenes indígenas en pilotaje, análisis de datos y creación de mapas digitales.
Pero los beneficios no terminan allí. Otro aspecto clave ha sido la aplicación de drones para registrar la biodiversidad del parque. En colaboración con biólogos de la Universidad Central de Venezuela y el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), se han realizado vuelos para registrar aves, mamíferos y especies vegetales en áreas que hasta hace poco eran prácticamente inexploradas. Gracias a estos registros se ha confirmado la presencia de especies en peligro crítico como el paují copete de piedra y el jaguar.
No obstante, el uso de drones también enfrenta obstáculos importantes en Venezuela. La falta de legislación específica ha generado vacíos legales que en ocasiones complican la obtención de permisos de vuelo, especialmente en zonas militares o de alto valor estratégico. Además, las restricciones de importación, el alto costo de los equipos y la limitada conectividad dificultan la implementación a mayor escala.
A pesar de estas dificultades, se observa una tendencia creciente hacia la apropiación de estas herramientas por parte de actores locales. En 2023, por ejemplo, se fundó en Ciudad Bolívar la primera red de monitoreo ambiental con drones del sur del país, integrada por académicos, líderes indígenas, estudiantes y técnicos ambientales. Este grupo se ha dedicado a estandarizar protocolos de vuelo, compartir datos y generar informes mensuales que alimentan una base de datos de acceso libre.
El impacto de esta red va más allá de la conservación: también fortalece la soberanía tecnológica, permite a las comunidades reclamar sus derechos territoriales con evidencia visual, y contribuye a una mayor transparencia en la gestión de los recursos naturales.
Además del monitoreo ambiental, los drones también están empezando a ser utilizados en otras áreas vinculadas a la sostenibilidad del parque. Por ejemplo, algunos operadores turísticos los emplean para promover el ecoturismo mediante la creación de material audiovisual de alta calidad, mientras que investigadores en hidrología los usan para estudiar patrones de sedimentación y escorrentía en el Salto Ángel, la caída de agua más alta del mundo.
De cara al futuro, el potencial del uso de drones en Canaima es inmenso. Si se logra una mayor articulación entre las universidades, las comunidades locales, los organismos gubernamentales y la cooperación internacional, Venezuela podría convertirse en referente latinoamericano de conservación ecológica apoyada en tecnologías emergentes. Para ello, será clave la creación de marcos legales claros, la formación de talento local y la inversión en infraestructura digital.
En conclusión, el Parque Nacional Canaima enfrenta desafíos ambientales graves, pero también cuenta con oportunidades tecnológicas inéditas. El uso de drones no solo representa una solución eficaz para monitorear y proteger este territorio, sino que también encarna una oportunidad para democratizar el acceso al conocimiento científico, empoderar a las comunidades locales y redefinir el vínculo entre la tecnología y la naturaleza. En el corazón de la selva venezolana, los drones han dejado de ser un lujo futurista para convertirse en herramientas de resistencia y esperanza.