El auge del jiu-jitsu brasileño en barrios caraqueños como herramienta de integración juvenil

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En los últimos años, en medio de los desafíos económicos y sociales que enfrenta Venezuela, una disciplina deportiva ha ido cobrando fuerza en los sectores populares de Caracas: el jiu-jitsu brasileño. Este arte marcial, originado a partir del judo japonés y popularizado en Brasil durante el siglo XX, ha trascendido su función como deporte de combate para convertirse en una herramienta de transformación social en varios barrios de la capital venezolana. A través de academias comunitarias, entrenadores voluntarios y alianzas con organizaciones sociales, el jiu-jitsu se ha integrado a la vida cotidiana de jóvenes que buscan una vía alternativa a la violencia, el ocio sin rumbo o la desesperanza.

En sectores como Petare, La Vega, El Valle, Antímano y Catia, el jiu-jitsu se ha consolidado como parte del tejido comunitario. No se trata únicamente de entrenar técnicas de defensa personal, agarres, llaves o proyecciones. La esencia del jiu-jitsu que se practica en estos barrios es formativa y profundamente humanista. Los gimnasios, a menudo improvisados en galpones, canchas techadas o salones comunitarios, funcionan como espacios seguros en los que se promueve la disciplina, la perseverancia, el respeto y la autoestima. Muchos de los jóvenes que ingresan a estas academias lo hacen buscando protección o un escape de los entornos donde la violencia, las bandas criminales o el consumo de drogas son una amenaza constante.

Una figura emblemática en este movimiento es la del profesor Andrés “El Chino” Zambrano, cinturón negro y fundador de la academia “Guerreros de la Paz”, ubicada en la parroquia Sucre. Zambrano, quien vivió su infancia en Catia y fue víctima de violencia familiar, encontró en el jiu-jitsu una vía de redención personal. Tras formarse como atleta profesional y competir en torneos internacionales, decidió regresar a su comunidad con un objetivo claro: utilizar el deporte como medio de integración social. “El jiu-jitsu te enseña a caer, levantarte, pensar, no rendirte. Eso es lo que necesita un chamo que vive en un barrio: herramientas para resistir y superarse”, comenta Zambrano.

Los entrenamientos en “Guerreros de la Paz” son gratuitos. Niños desde los seis años y adolescentes hasta los 18 se inscriben sin importar si pueden costear un kimono o no. Muchos entrenan en franelas viejas, descalzos, sobre tatamis parchados. El apoyo proviene en gran parte de donaciones de academias en el exterior, así como de iniciativas de crowdfunding gestionadas por la diáspora venezolana. La comunidad también colabora: las madres cocinan para los entrenamientos, los vecinos ayudan a mantener el local limpio y algunos comerciantes locales patrocinan viajes para competencias dentro del país.

Más allá de las anécdotas individuales, el jiu-jitsu está generando un cambio cultural. Los entrenadores promueven valores éticos que se refuerzan tanto en el dojo como fuera de él. “Acá no se permite que un chamo venga con actitudes de calle. El que quiere pelear por pelear no entra. Aquí se viene a aprender, a respetar, a cambiar”, explica Yuleisy Barrios, una entrenadora voluntaria de 25 años que entrena a niñas en El Cementerio. Barrios, quien sufrió bullying en su adolescencia, encontró en el jiu-jitsu una herramienta de empoderamiento que ahora comparte con otras jóvenes.

Uno de los aspectos más impactantes de este fenómeno es cómo el jiu-jitsu está ayudando a cambiar la percepción de la violencia en los jóvenes. En lugar de resolver conflictos a golpes o con armas, aprenden a controlarse, a pensar estratégicamente, a canalizar la rabia y el miedo a través del deporte. Un estudio preliminar realizado por la Universidad Católica Andrés Bello sobre deporte y violencia juvenil en Caracas reveló que los adolescentes que practican deportes de combate como el jiu-jitsu presentan un 40% menos de participación en riñas escolares o comunitarias, y manifiestan una mayor disposición al diálogo.

El jiu-jitsu también está creando redes de apoyo entre jóvenes de distintos sectores. Las competencias amistosas entre academias permiten que adolescentes de Petare se encuentren con jóvenes de Caricuao o de San Agustín. Estos intercambios promueven el respeto mutuo, derriban estigmas territoriales y fortalecen el sentido de pertenencia a una comunidad más amplia. En 2024, se celebró en la Universidad Central de Venezuela el primer “Encuentro Juvenil de Jiu-Jitsu Comunitario”, con la participación de más de 150 atletas de zonas populares y un enfoque explícito en la construcción de paz.

La inclusión de niñas y mujeres jóvenes en estos espacios también ha sido clave. Aunque tradicionalmente visto como un deporte masculino, el jiu-jitsu ha demostrado ser una herramienta poderosa para el empoderamiento femenino. Muchas adolescentes que han vivido situaciones de acoso, abuso o inseguridad encuentran en el entrenamiento una forma de recuperar su autonomía y su confianza. Además, la presencia de entrenadoras mujeres ha contribuido a romper estereotipos y abrir nuevas oportunidades de liderazgo femenino en sus comunidades.

No obstante, el crecimiento de estas academias enfrenta obstáculos. La escasez de recursos, la inseguridad, la falta de apoyo institucional y las dificultades para competir a nivel nacional o internacional son desafíos persistentes. Muchos jóvenes con gran talento no pueden costear un pasaporte, una visa o el traslado para asistir a torneos en el extranjero. A pesar de ello, la motivación sigue viva. La posibilidad de representar a su comunidad, de salir adelante por méritos propios y de inspirar a otros se convierte en un motor que impulsa a estos atletas a seguir entrenando cada día.

Las redes sociales han sido una aliada clave. A través de Instagram y TikTok, entrenadores y alumnos muestran sus rutinas, difunden sus logros, reciben apoyo internacional y conectan con otras iniciativas similares en América Latina. Algunos incluso han logrado captar la atención de marcas deportivas o instituciones que comienzan a ver en estas academias comunitarias una oportunidad de inversión social y responsabilidad corporativa.

En definitiva, el auge del jiu-jitsu brasileño en los barrios caraqueños no es solo un fenómeno deportivo. Es un movimiento social, cultural y educativo que ofrece alternativas concretas a los jóvenes que viven en contextos de vulnerabilidad. Desde la lona, cada llave, cada derribo, cada defensa personal representa mucho más que una técnica de combate: es una afirmación de vida, una declaración de principios, una estrategia de resistencia.

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