El auge del jiu-jitsu brasileño en barrios caraqueños como herramienta de integración juvenil

imagen:https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/42a8f863-97eb-42ed-a264-60985539ef38_source-aspect-ratio_640w_0.jpg

En los últimos años, en medio de una crisis social y económica prolongada, barrios populares de Caracas han sido testigos de un fenómeno inesperado pero profundamente transformador: la expansión del jiu-jitsu brasileño como disciplina deportiva, herramienta de integración y vía de desarrollo personal para niños, niñas y jóvenes. Este arte marcial, originado en Japón y perfeccionado en Brasil, se ha abierto paso entre callejones y multicanchas con un impacto que va mucho más allá de los tatamis.

Desde Petare hasta Catia, pasando por zonas como La Vega, El Valle o Caricuao, pequeñas academias de jiu-jitsu —algunas improvisadas en canchas techadas o salones comunales— han brotado como iniciativas autónomas, lideradas muchas veces por ex practicantes, instructores formados en el extranjero o jóvenes que encontraron en el deporte una salida al entorno adverso. Con el lema de “disciplina, respeto y control”, estas academias se han convertido en centros de formación tanto física como emocional.

El jiu-jitsu brasileño se caracteriza por su énfasis en la defensa personal, el combate cuerpo a cuerpo y la estrategia de lucha en el suelo. No requiere gran fuerza física, lo que lo hace especialmente inclusivo para personas de diferentes edades y condiciones corporales. Además, fomenta valores como la humildad, la paciencia, la constancia y el respeto al oponente. En entornos donde los modelos violentos y los códigos de la calle suelen prevalecer, estos valores adquieren un peso pedagógico inestimable.

Uno de los ejemplos más emblemáticos de esta ola es el proyecto “Raíces del Tatami”, fundado en 2019 en el barrio José Félix Ribas de Petare. Bajo la dirección de Jesús R., un cinturón marrón formado en Brasil y ex campeón nacional, esta academia atiende a más de 80 niños y adolescentes de lunes a sábado. Las clases son gratuitas y se sostienen gracias a donaciones, apoyo de ONG deportivas y el compromiso comunitario. “El jiu-jitsu no solo les enseña a pelear, les enseña a pensar, a respirar antes de reaccionar, a ver en el otro a un compañero, no a un enemigo”, afirma Jesús.

La rutina de estos jóvenes incluye entrenamientos intensos, actividades de limpieza y mantenimiento del dojo (nombre que recibe el espacio de práctica), apoyo escolar y, en algunos casos, talleres sobre prevención de violencia, género y resolución de conflictos. Todo ello ha generado una red de apoyo y pertenencia que muchos alumnos reconocen como su primera experiencia de comunidad positiva. De hecho, en entrevistas realizadas por medios comunitarios como El Bus TV o el portal Arepita Deportiva, algunos jóvenes expresan que “antes estaba metido en cosas malas, ahora el jiu-jitsu es mi camino”.

El impacto no es sólo individual. Vecinos y líderes comunitarios de sectores como Lídice, Pinto Salinas y Antímano aseguran que desde que estas academias comenzaron a operar, han bajado los niveles de conflictos entre pandillas juveniles, hay más participación de padres y madres en actividades barriales, y se ha fortalecido el tejido social. Las exhibiciones abiertas en plazas, fiestas patronales o eventos deportivos interbarrios también han contribuido a visibilizar el potencial de la disciplina.

En paralelo, se ha fortalecido una red nacional de instructores de jiu-jitsu, quienes han comenzado a organizar torneos amistosos, campamentos y clínicas en distintos estados del país, a pesar de las limitaciones económicas. Organizaciones como la Federación Venezolana de Jiu-Jitsu (FVJJB), creada en 2006, han comenzado a formalizar procesos de certificación, inclusión en competencias internacionales y captación de talento emergente. En 2023, Venezuela tuvo representación en el campeonato Panamericano realizado en México, con tres atletas provenientes de barrios populares caraqueños.

Este crecimiento ha sido también impulsado por el acceso a plataformas digitales. A través de YouTube, Instagram y TikTok, muchos jóvenes han aprendido técnicas, han compartido rutinas, y han generado una comunidad virtual que trasciende las fronteras de sus sectores. Esta interacción global ha contribuido a profesionalizar a los instructores, conectar con patrocinadores y expandir el interés entre nuevas generaciones.

Sin embargo, el auge del jiu-jitsu también enfrenta desafíos significativos. La escasez de tatamis (colchonetas especiales), kimonos (uniformes), protecciones y espacios adecuados limita el crecimiento de muchas escuelas. Algunos entrenan sobre cartones, grama o cemento, lo que aumenta el riesgo de lesiones. La falta de apoyo institucional por parte del Estado, tanto en financiamiento como en reconocimiento legal, también representa una barrera para la expansión organizada de la disciplina.

A pesar de ello, la resiliencia de estas comunidades ha sido admirable. En barrios como San Agustín o El Cementerio, instructores han establecido alianzas con iglesias, escuelas y asociaciones civiles para conseguir recursos, realizar rifas o eventos benéficos, y mantener en pie sus espacios. En algunos casos, los propios padres de los alumnos han tejido o reparado kimonos, cocinado para los eventos o incluso ofrecido sus casas como salones temporales de entrenamiento.

El jiu-jitsu también ha demostrado ser una herramienta poderosa para la inclusión de niñas y adolescentes, muchas veces excluidas de deportes de combate por prejuicios de género. Escuelas como “Fuerza Femenina” en Catia han puesto especial énfasis en el empoderamiento femenino, con excelentes resultados: dos de sus integrantes fueron medallistas en competencias interclubes organizadas en 2023 en el estado La Guaira.

En un país golpeado por la migración, la pobreza y la violencia estructural, el jiu-jitsu brasileño ha echado raíces en el corazón de los barrios caraqueños como una alternativa real y eficaz para transformar vidas. Más que una moda o un deporte de élite, se ha convertido en un instrumento de resistencia cultural, sanación emocional y construcción de ciudadanía.

Si continúa este ritmo de crecimiento, y si logra superar los desafíos logísticos y financieros, no sería descabellado imaginar a futuras figuras olímpicas surgidas de los callejones de Petare, las plazas de Carapita o las canchas de Ruiz Pineda. En el camino del tatami, lo que hoy parece un simple derribo, puede convertirse mañana en una gran victoria.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *